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Una historia del futuro

 

El pasado del futuro

En el pasado, el futuro era para los hombres apenas una continuación del presente. Los cambios tecnológicos resultaban casi imperceptibles a escala de una vida humana.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, el avance tecnológico impulsado por la  Revolución Industrial nos permitió pensar, por primera vez, en un futuro diferente. La ciencia ficción y la ciencia instalaron en el imaginario colectivo la idea de que un mundo mejor era cuestión de tiempo.

Tal vez la ilusión más universal haya sido “el año 2000”, momento en que esperábamos contar con autos voladores, la cura del cáncer y otras conquistas jamás materializadas. Aún recuerdo mirar por la ventana el 1º de enero de 2000, ver pasar un Fiat Duna desvencijado, sonreír y pensar: “¿Qué hicimos mal?”.

La realidad es que, pese a una cierta aceleración, la ciencia y la tecnología siguen avanzando a una velocidad muy lenta. Tomemos como ejemplo el automóvil. De un Ford A de 1930 a un modelo equivalente en 2011, los cambios en los principales parámetros que definen la “performance” han sido mínimos. La velocidad máxima pasó de 65 a 210 Km/h. El valor apenas se triplicó en 81 años, lo que implica una tasa de mejora anual de solo 1,5%. La potencia del motor pasó de 40HP a 263HP, lo que equivale a 2,4% más cada año. El precio subió a una tasa de 5% anual, por encima de la inflación de los países desarrollados, de modo que gastando más dinero en términos reales, un auto hoy nos da poco más que hace 80 años.

Las expectativas frustradas generaron desencanto y la idea de que el futuro nunca está a la altura de cómo lo soñamos. Desmoronada la ilusión de progreso, hoy vemos al futuro como una amenaza.

 

El presente del futuro

Pero, casi sin que lo notemos, el futuro empezó a cambiar hace unos años: finalmente el hombre inventó una tecnología cuyo avance ya no es lento sino exponencial: la informática.

Las computadoras duplican su desempeño cada 18 a 24 meses. Comparando una Apple I de 1977 con una actual, vemos que la velocidad del procesador, la memoria, la capacidad del almacenamiento, avanzaron a una tasa promedio superior al 40% anual.

Acostumbrados por miles de años a convivir con cambios lineales, los humanos somos muy malos lidiando con fenómenos exponenciales. Y por primera vez, al proyectar el futuro nos equivocamos, pero al revés. Cuando en 1954 una de las empresas pioneras de la computación quiso imaginar cómo sería una computadora personal en el año 2004, diseñó un objeto que ocupaba toda una habitación y, entre otros disparates, se manejaba usando un volante. Esto es, enfrentados a proyectar un fenómeno exponencial, incluso los expertos quedaron ridículamente cortos respecto a lo que el futuro deparaba.

Ya estamos acostumbrados a que nuestra computadora sea obsoleta en pocos años, reemplazada por una más pequeña, más poderosa y más barata. Esa explosiva tasa de cambio se nos ha vuelto normal.

Para poner en perspectiva cuán disparatadamente asombroso es lo que ha sucedido con la informática en los últimos 40 años, calculemos cómo serían hoy los autos si hubieran progresado al ritmo de las computadoras. Por un tercio del precio actual, compraríamos un auto que anduviera a… ¡54.300 veces la velocidad de la luz! Y la potencia del motor equivaldría a 1.794 veces la energía consumida por el mundo entero en un año.

Otro modo de verlo es pensar que, por ejemplo, en 1977 la capacidad de un disco rígido se medía en Kbytes (que podemos hacer equivalentes a Kilómetros). Si los autos hubieran aumentado al ritmo de las computadoras, para medir la velocidad hubiéramos tenido que inventar los megámetros, los gigámetros y hoy estaríamos empezando a medir la velocidad en Terámetros que serían equivalentes a 1.000.000.000.000 de metros.

Sin embargo, el impacto de este asombroso cambio sobre nuestra vida cotidiana ha sido bastante limitado, apenas más que teléfonos celulares cada vez más chicos y televisores cada vez más grandes. Vivimos todavía en un mundo lineal.

 

El futuro del futuro

Pero eso está por cambiar. La ciencia, que históricamente se movió tan lento como los autos, empieza a avanzar al ritmo de las computadoras. La biología, la medicina, la neurociencia y la inteligencia artificial, empiezan a convertirse en tecnologías de la información. Así, la bioinformática, la biología sintética, la medicina personalizada o nuestro entendimiento del cerebro, entre otras aplicaciones, prometen más cambios en los próximos 50 años que los ocurridos en los últimos 5.000. Y ya no solo en más productos electrónicos de consumo, sino en posibilitar cosas tan esenciales como generar vida artificial, modificar nuestra propia especie, crear máquinas más inteligentes que nosotros o torcerle el brazo a la muerte y extender indefinidamente nuestra existencia.

El momento de dejar atrás el desencanto parece haber llegado. Hoy podemos volver a pensar en futuros asombrosos, porque existen las herramientas para materializarlos. Pero la tecnología nunca es buena ni mala en sí misma. Con su avance enfrentaremos dilemas prácticos y morales sin precedentes. Dependiendo de cómo los resolvamos, la dirección de los cambios podrá acercarnos a la solución de los problemas más acuciantes de la humanidad o acrecentar las brechas sociales a niveles nunca antes vistos.

 

 

PREGUNTA: 1- ¿Que amenazas crees que acechan el futuro?

                      2- ¿Cómo impactó la tecnología en tu vida?

                      3- ¿Cómo te imaginas el futuro?, ¿qué crees que cambiará?..

           

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